miércoles, 26 de diciembre de 2007

Sin malicia

«Un hombre sin papel para limpiarse el culo tiene el alma muerta. Es un esclavo de las circunstancias.» Pido perdón a mi hermano por citarlo, pero me vino como billete a puta.

Tanto andar y desandar sin aferrarse nunca a nada, como un Amoroso, que busca, no encuentra. Tanta rabia y tanta cicatriz escupida y tantas violaciones no perdonadas. Como diría Amaya, tanta escoria junta. La precariedad de algunas almas que se creen superiores nunca fue un tema teológico, ni de estado. Más bien es un asunto de gusanos, de seres que se arrastran, que se sumergen en orín y mierda. Seres, como dice mi hermano, que no tienen para limpiarse el culo.

Era de noche cuando Pretérito habló con su amigo la última vez. Eran las doce. Llovía, no, no llovía, que absurdo que siempre llueva. Pues no, eran las doce de la noche y hacía un sol fabuloso, e increíble. A él le salieron unas alitas ridículas sobre la espalda y se echó a volar mientras un autobús le escupía monóxido en el rostro. Entonces era unos años antes, y estaba en una fiesta de carnaval y atravesaba la garganta de una mujer disfrazada de hada. Luego, de súbito, ésta mujer resultó un escandinavo enorme de pene muy pequeño, que le golpeó mientras intentaba blandirle con su diminuta hombría. Aleteó de nuevo y huyó.

Él era muchas personas. Aunque la gente poco o nada entendiera de esas cosas, había un amigo que sí le comprendía, nacido bajo la misma casilla de soñador irredimible y de pecador confeso, éste joven de sangre española sí le entendía y le amaba. Era como si Satán se hubiese olvidado de corroerle los huesos y por un momento la luz se viritiera entera sobre él. Pretérito aterrizaba entonces en una cama con plumas y varias mujeres desnudas que intentarlo hacerle una felación que prometía tamaños descomunales. Él alzó vuelo a ras de suelo y llegó de nuevo a esa calle, con una neblina increíble tomando en cuenta que eran ya las tres de la madrugada de dos más tarde y seguía haciendo aquel sol inverosímil.

Fue allí que decidió no hacer caso del duende que gritaba glotalmente sangre y lodo. Era como una rémora sin tiburón. Como un númen maltrecho por tantas huidas. Él la bendijo en su lengua y se marchó. Una psique y un blanco tatuaje que partía hacía el nunca de nuevo. En eso, en eso momento de ternura budista, se acercó el viejo harapiento y le miró con su ojo de vidrio y Pretérito, viendo los escosores de su piel, le estampó un puño en el ojo. Allí le dejó tendido y siguió volando. Era un demonio en busca de cielos.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Sexatez

La tiró del cabello, le mordió la nuca, le amarró las muñecas detrás de la espalda y metió sus dedos por entre sus nalgas húmedas, luego de acariciarla y tirarla cada vez más del cabello negro, la penetró mientras insertaba uno de sus dedos en su ano. Así la agitó una y otra vez, embistiéndola con ferocidad de animal hambriento. Luego, al momento en que ella gritaba con más fuerza, mientras una catarata hirviente se vertía sobre su falo, él la desenfundó, como una escena medieval, y luego derramó su líquido como una sangre blanca sobre su espalda sudada. Unos mechones de cabello le quedaron entre los dedos al último y más desesperado grito de su garganta. Él se acercó jadeante a su cuello, a su nuca y así, lentamente como un predador acercó su boca hasta el vértice de su mandíbula y su oreja. Ella tembló. Pretérito le susurró apenas, como si muriese en aquél momento, te amo.

Todo parecía la más bizantina postal, algo así como una fotografía en sepia, en blanco y negro, una escena rococó de la más mórbida insensata felicidad. El amor que más corroe, un plebiscito de los cielos o del infierno, nunca se sabe, para el amor.

Ellos tenían el mundo por delante y sin embargo Pretérito sólo pensaba, luego de aquel buen sádico amor, en la sangre de ella y en la de su amigo, corriéndole entre los dedos. Estaba enfermo.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Entretanto



Un hombre mutilado, una tuerta, un mendigo en harapos y una señora negra como los pensamientos de Sade. Una limosnita, un gargajo y un escape. Mientras caía no pensaba en nada, era como la muerte de un hombre que lo ha tenido todo, que nada lamenta. Luego, en el suelo, lamenta no haber muerto. Así es el «ser» humano, siempre costándole trabajo «ser», precisamente, humano. Siempre intranquilo, siempre dicotómico, siempre bueno y excelso y malo y depravado. Conviviendo con el cielo y el infierno en el pecho.

Siempre se es violento a la hora de amar. En todo acto amoroso hay además, implícito, un golpe, un maltrato, un malhecho. Mientras el hombre penetra a la mujer, o otro hombre, o animal o cosa, no importa, está transgrediendo los límites corpóreos, la frontera de ese «otro». Y siempre cuando se ama existe también un gesto de esclavitud, una dulce sumisión, una tortuosa entrega, un sometimiento. Siempre, como se ve, el amor es vejatorio, insultante, y divino.

La cabeza se llena de cosas, y el corazón también. En el camino del descenso pareciera que se vacía pecho y mente y se quedan sólo las cosas importantes. Las mismas cosas que no lamentas. Las mismas cosas que no lamentas mientras caes, pero que una vez tocado el suelo, lamentas. Humano, pequeño, inverosímil, ridículo y efímero. El perdón no existe, tampoco el odio, ni el amor, tal vez. Existe el ser. Mientras caía y ya luego, en el suelo con las manos ensangrentadas, estaba siendo. Al caer estaba siendo pluma, sin más, así de simple y así de complejo. Una vez caído, estaba siendo un cúmulo de cosas nuevas, no vistas, no sospechadas, siquiera.

En lo único otro que podía pensar sin lamentar era en el ardor que le provocaba ella. Tanto que se vieron sin verse, y ahora estaban así, en el paralelismo de dos líneas cóncavas yuxtapuestas una dentro de la otra. Como el vientre de una lagartija. Con el sentimiento de un buey mientras ara. Estaban vencidos, en el suelo, con sangre en las manos y con paz en el corazón, lamentando haberse lamentado.


Pretérito, qué vas a hacer con tantas puñaladas en el cuerpo, preguntó la voz como desde el fondo. La caída a veces sirve para tomar vuelo nomás. La mente, el alma de Pretérito estaba en alza, aunque su cuerpo estuviera tendido al sol, sus cueros yagados y humillados por las fuerzas y los elementos. Que Sancho ni que Freud ni que Clarisse McClellan. Ni siquiera Baltazar, ni Yssa, el mesías, menos la golfa de mirra. Nada, nadie.

¿Se entiende? La vida mantiene un discurso no lineal, convexo y converso, la línea de tiempo es una elipsis inaudita que apenas se ve luego. Pretérito agoniza, su cuerpo, no él. Sin embargo, cuál es la diferencia. Toda. Ese era el mutilado, el perenne, el indultado y el enfermo.

Inhala


Las interjecciones, encrucijadas, vías alternas y Emergency Ways, los Escape's, los Ctrl Alt Supr, los abortos, los bajones de luz y las cadenas con cable, estas cosas extrañas que la vida te da a veces. Hay gente que huye, hay quien se queda y se enfrenta. Hay quien huyendo se enfrenta. Sin embargo, Pretérito hubo de enfrentarse esa madrugada al recuerdo falaz de una violación. Un vejamen, un vómito de flujos, una sodomía con amor.

¿Se puede, acaso, sodomizar con amor? Claro, como se puede odiar con amor y amar con odio y amar sin amor, y vejar con ternura de clavo viejo, con el amor que cabe en ojo de un alfiler, con la pasión de un elefante, un mamut. Así, extinto, exhausto. De historia, de épicas remontadas. Como una leyenda.

Así, dulcemente penetró su ano, y con una dulzura mordaz le embistió una y otra vez, y ella le pedía más y sentía el cielo arder en sus tripas, y su corazón embilecerse de amor. Así llenó contra natura sus enfínteres con la savia de vida que morirían allí sin destino ni puerto probable.

¿Grotesco? No lo creo, Pretérito sonrió con suavidad, como un copo de nieve de aquella montaña que parecía bañada en cocaína, y que provocaba inhalarla toda, toda la vida que trashumaba en ella. Así, su amiga amada gemela sudó albores y violaciones con amor. Como nunca. Así expiaba él ese amor que le quemó tanto y durante tanto tiempo.

El enigma de la perdida, la derrota, el Off, el rompa el vidrio, el nuncajamás, todas las quimeras encendidas para siempre desde el día de las águilas que volaron a ras de suelo e hicieron nido en su pubis y que volarán siempre muy alto. Inhala, suspira. La vida no tiene límites, la moral se limpió el culo con esos papeles firmados. El derecho y el deber, el siniestro perfecto, el presente futuro conjuntivo perfecto. ES.

sábado, 8 de diciembre de 2007

De Dios y el infierno

Nunca tuvo la suerte de que le sucediera como aquel hombre del metro.

De joven siempre veía a las personas y contaba cuantas veces hablaban de sí mismas. De adulto, de adulto solía pensar muchas cosas, cosas sordidas, cosas banales, cosas importantes, morbosas, malignas, pecadoras, hermosas, podridas, olorosas, encadenadas, muertas, libres, con flores, con altar, con mochilas, cosas jocosas, risibles y escatológicas, cosas, en fin, de todo tipo. El diablo parecía habitar en él.

Beirut era pues, una promesa prometedora, que prometía no escurrise por entre sus dedos, sin secarse antes de llegar a su boca. Era un horizonte, un mañana, una caricia, una puñalada, una vejación deseada, una humillación publica que se anhelaba, una penetración amorosa, con todo el amor que cabe en el ojo de una aguja sodomita, toda la ternura de una bofetada violadora. Era, Beirut, todo lo que había soñado a su lado. Junto o debajo o sobre ella. No importaba mucho.

sábado, 6 de octubre de 2007

Del destino que no fue


Por qué los adivinos, sean adivinos normales, si es que los hay, sean gitanos o sea gente con esos "poderes" siempre tienen que estar poniéndole enemigos a la gente, y vidas pasadas tan irreales. Cómo era posible que Pretérito, un sujeto más bien sin predicado, es decir, una persona que vivía sin guiones, sin saltos de página, siempre de corrido, por qué a un tipo con él iban a pasarle aquellas cosas increíbles.

La adivina le advirtió que también había estado cerca a los doce discípulos. Él, él cerca de Jesús. No podía haber patraña más grande que esa, él que creía que el judío ese no era sino un impostor, un falso profeta, él que detestaba con su alma a toda la institución católica. Un lejano recuerdo del colegio San Javier y uno de los jesuitas que le dio clases le vino a la memoria.

Cómo era posible que esa mujer le dijera que él había sino asesinado en la hoguera, siendo mujer, por la inquisición. Cómo podía ella, con un juego de cartas españolas, ver semejante barbaridad. En este punto, Pretérito, hubo de pararse e irse molesto. Al llegar a casa batió la puerta tras suyo y se echó en el sofá. Él, su karma, cómo demonios tenía arreglo una vida signada por el desastre y la mentira. Además, para colmo de males, esta mujer diciéndole que él casi que fue un santo, esa era la parte que más le molestaba. No le incomodaba la idea de haber sido prostituta ni chicharra de marihuana, tampoco lo de la hoguera, si al caso vamos, menos aún que le haya inventado una esposa celosa que casi lo mata en Escandinavia.

Lo que a él le molestaba, viendo a media luz el retrato de niñez junto a su amigo, era que la gitana mentirosa le dijera aquellas terribles palabras que apenas podía repetirse para sí y que no podemos conocer aún.

lunes, 1 de octubre de 2007

Del destino


Ella no lo extrañaba y a él le extrañaba tal situación. Esto, claro, degeneró en el hábito falaz de Pretérito de consumir altas dosis diarias de Agua. Como sabemos, el agua es una droga fatal y súper adictiva, una vez que la pruebas no la puedes dejar.

Se lo pasaba el día entero leyendo revistas de todo tipo, pensando en aquella madrugada en que le atravesó las tripas a su amigo de infancia con el pico de un botella que antes ya le había roto en la cabeza, claro, una cabeza botando sangre es menos escandalosa que un reguero de tripas por el suelo. Se consumía para adentro, como una eclosión ridícula de genes mal juntados en un mismo cuerpo. Era su destino.

Al llegar, años más tarde, donde la bruja, esta le dijo que en su vida anterior había dejado pendiente esa deuda, que era esa, y no otra, la razón por la que estaba en tal hueco existencial. Además le dijo que en alguna ocasión fue un reconocido estratega militar, y también una puta codiciada, una viuda, un poeta pobre del siglo dieciseis en España, el perro de Cleopátra y un uña mal cortada de Enoc. Después, mucho después, incluso, había sido una pipa de Marihuana de un falso emperador Etíope, un Dictador, más bien.

Tal recuerdo, claro, le resultó asqueroso.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Réquiem para una madrugada inconclusa


Hay dolores duelen más que otros. Hay días, noches, madrugadas en las que uno no puede dormir. A veces uno no duerme pensando y otras veces uno se piensa durmiendo. La noche de anoche fue una de esas veces extrañas en la vida de un ser humano, en las que no puedes dormir por estar pensando, por estar llorando de dolor, y por el dolor propio de la enfermedad. Eso, claro, lo despierta a uno de mal genio, con ganas de suicidar al mundo. Pretérito siguió peleando, discutiendo, llorando, ahogándose en su propia inmundicia.

Claro, hay veces que tanto dolor no nos duele, las endorfinas, ya se sabe, hacen lo suyo. Pero ¿Acaso hay endorfinas sentimentales? Me explico, cuando lo que duele no es el cuerpo sino el alma, el corazón, como suele decirse, ¿El cerebro libera endorfinas también para aliviar ese dolor intangible? Digo, a veces no hace sino dolerle a uno la vida. Tal vez por eso haya tanta gente escéptica hoy día. Tal vez por eso haya quien elija vivir desde la talanquera, desde la barda. Nuestro protagonista estaba en la madrugada pensando estas cosas, llorando, sintiendo, mientras pensaba tratando de dormir. Resultó, al cabo de un rato, que se quedó dormido pensando. O, acaso, pensó que dormía, como a veces uno piensa que vive o como hay gentes que viven dormidas o soñando o que sueñan con vivir. En ese sueño, esa vigilia o ese recoveco extraño del pensamiento, recordó que debía relajar el cuerpo al montarse en la montaña rusa.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Sobre el soñar y otras luces cambiantes


¿Cómo se sueña por partes? Escuchó unos días atrás a dos hombrecillos extraños que hablaban en el asiento de atrás al suyo, en el autobús, sobre algo así como que el uno le comentaba al otro que había soñado por partes. Esto dio cabida, como siempre, a nuevas divagaciones y locuras de nuestro amigo Pretérito. Pensó que, tal vez, significaba que un brazo había soñado... con otro brazo, tal vez. O que su pene soñaba con sumergirse en una piscina de coños de todos los tipos, tamaños, colores, aromas y sabores. O que sus ojos soñaban con ser mirados por otros ojos, grandes, café, tal vez, tal vez tornasol, y que se enamoraban de aquellos ojos. O se imaginaba a su hígado soñando con un enorme barril de whisky, o de cerveza, o de licor, no importaba cuál. Pretérito se imaginaba a sí mismo soñando con su cuan plus perfecto o con su imperfecto. Se imaginaba cómo sería el sueño de su barriga ¿Soñaría ella con comida? Su boca, ¿Soñaría con comida también? ¿Con otra boca? ¿Con un coño dulce y jugoso? ¿Con qué podría una boca tan desgraciada como la suya soñar? ¿Tendría sueños? ¿Eso era soñar por partes? o era, por el contrario, soñar una cosa, por ejemplo, con los labios recalcitrantes de alguna mujer que le dijera groserías y que le escupiera mientras él la tomaba despiadadamente; que, partiendo de eso labios de esa mujer él se acordara de todas las mujeres con las que había estado sexualmente, es decir, con las que había copulado, tirado, tenido sexo, o cualquier otra denominación similar. Luego, días más tarde, en la siesta, él retomaba ese sueño y se sorprendía que mientras tomaba a esas mujeres, al mismo tiempo a todas, sexualmente, y le besaba los senos, de pronto, esos pezones variopintos se volvían los de su propia madre, cosa que lo hiciera despertarse agitado a media tarde. Y días después, en la madrugada y bajo los efectos de la marihuana, soñaría con esa misma mujer que lo dio a luz y que lo hacía verla masturbarse. Entonces él volvía de nuevo a copular con todas esas mujeres y ese sueño se tornaba, una vez más, una obsesión. ¿Era eso? ¿Eso era soñar por partes? Pretérito imaginaba todo esto y se preguntaba estas cosas mientras esperaba que la luz cambiase a rojo en el semáforo, para poder atravesar la calle.

lunes, 3 de septiembre de 2007

De la vida como estampa

Cuando leyó «Sólo nos justifica emplear todo en hacer el mayor mal posible» que comenzaba la carta recibida por su amigo, sintió un espasmo leve y dijo en voz alta «Amén, carajo». Así se encontró de pronto con aquélla morena exótica, besándole las tetas y metiéndole el dedo índice en el culo mientras la penetraba con fuerza, casi con rabia. Y antes se había visto envuelto en una pelea callejera que resultó en las tripas regadas por la acera de un antiguo amigo. Y antes de leer la carta que hablaba de hacer el mal como premisa de vida, se encontraba cruzando la calle y mirando con rabia a un joven que parecía estudiante y que tenía un rostro demasiado perfecto para no ser homosexual.



Ya luego, Pretérito se encontró hojeando fotografías viejas que le devolvían la imagen de Isabel, por las calles de Beirut; y de otra mujer, y de otra más. Se vio a sí mismo pletórico de asco, feliz de rabia, lleno de tedio y cantando su desprecio. La vida es tan absurda y tan deprimente, que molesta sentirse enamorado, ver a alguien contento, oír que alguien te saluda. De pronto lo único que le resultaba auténtico eran las fotografías de Isabel, la única vida que le parecía valer la pena era, precisamente, la de aquellas imagenes de la mujer de marmol, tan hermosa, tan fría y tan viva.

lunes, 13 de agosto de 2007

Disquisiciones sobre el tiempo y otras porquerías


El perro que tiene ganas y anda para todos lados detrás de la hembra en celo, no importa que él sea un Pastor Alemán y ella una callejera sin pedigree ni dueños ni historia, sin casa ni alimento seguro ni mano que sobe su lomo a diario o cuando se acuerde. El perro jadea y baila su lengua larga salivando detrás de la hembra triste que, sin embargo, ahora parece ser un poco feliz porque le importa a alguien, aunque sea por mero instinto, por puro sentido de reproducción. Y ella que va de aquí para allá, hacia donde le plazca y él que la sigue y la husmea, la huele, la saborea o intenta hacerlo, la busca, la rodea, trata de forzarla. Tonto, pobre Alemán tonto que hace sus movimientos como máquina de coser movida por la bestialidad. Él no se percata que ella, más pequeña, mucho más pequeña y sin embargo más grande pues tiene el control del «querer», y ella no quiere, está al revés. Él sigue con su lengua afuera y los ojos cuasi extraviados de placer imaginario con sus movimientos y ella voltea para acá y para allá sin entender nada, con su cara larga y negra entre las piernas de él. Algunas personas que pasan a un lado se detienen y se ríen del Alemán. Parece que está poniéndola a mamar, dicen. Y se ríen ridículos en su estupidez de la ridícula estupidez del Alemán mientras a su alrededor la vida sigue su curso implacable, la arena sigue cayendo al otro lado del embudo de cristal y ninguno, el Alemán, la callejera ni las personas que se ríen de aquello se dan cuenta que la vida sigue su curso, ciega como es, hacia delante, hacia cualquier punto en el tiempo, con tal quede hacia delante.

A fin de cuentas ¿Qué es el tiempo? ¿No es aquél Alemán, a la vez, humano y animal? ¿No es el ruido de la vida un desatino y una voluntad? La vida que se repite una y otra vez, a su antojo, no importa el tiempo, no importa lo animal ni lo humano ni lo extraordinario, no importan tampoco las voluntades, los aciertos ni los fallos. La vida siempre va hacia delante, aunque adelante sea hacia atrás y viceversa. La única diferencia de este repetirse es el rostro, el momento, único a decir de los grandes señores, se repite siempre y va como una puta de aquí para allá y vuelve y se marcha con quien le parezca y no hace sino repetirse y volver a ser único. Y el rostro también tiene un sentido promiscuo de pertenencia, siempre hay alguien que se parece a uno, un doble por allí en el mundo, a la misma hora, tal vez en el mismo lugar. Y seguro es que ya antes en el tiempo hubo otros, muchos, con este rostro que se tiene ahora y que se lleva muchas veces con orgullo, porque la genética se lo dio como regalo a uno para lucirlo o esconderlo, según el caso. Y seguro es, también, que alguien más, en el futuro, tendrá nuestro rostro, que consideramos «nuestro» porque lo llevamos puesto ahora, y que en realidad es propiedad común, nos rige algo así como un marxismo facial, un socialismo del instante, un comunismo del vivir, que es de todos y de nadie en particular.

Freud y Jung


Un cigarrillo tras otro, colillas amontonadas en el cenicero. Una cruz caída. La corneta de carro en la calle. Las cuatro de la mañana. El sueño terrible de una caída. Se despierta y no puede fijar la vista en un solo lugar. La vista le da vueltas al compás de aquella corneta fúnebre. El corazón agitado. Se siente caer. Los cigarrillos y su humo son la única cosa que tiene fija en la mente. Siente miedo, está perdido en sí mismo. El humo dibuja una silueta a su lado. ¿Lo oíste? Ese hijo de puta, no joda. El coñísimo de su madre, coño. ¿Qué fue? No se, un carro, me imagino, Pero no era una corneta normal. Coño, mal parido de mierda. Que bolas, por allá se oye. Un borracho, seguro. No podía ver. Tengo el corazón a mil. Me duele la cabeza. Estoy aturdido. Bueno, ya, cálmate. Verga que bolas, pana. Prende la lámpara. Los dos sentados en la cama, tratando de tomar aire. Él que la ve, ya no es de humo, tenía esa sensación; ahora es ella, normal, humana, pues. Piensa en levantarse, ir al baño, encender un cigarro, es lo único que tiene claro. Teme caerse al poner el primer pie en el piso. Todo le parece un sueño, es un sueño.

Se mira al espejo y ve serpientes en lugar de hebras de cabello. Acerca su rostro a la imagen y ve en sus ojos a un hombrecito. El hombrecito es su padre. Está fustigándose a placer en un cuarto. Entra una mujer mayor que le dice unas palabras inasibles, no las entiende. Él, su padre, acaba. La vida es tan elemental. Es una división sencilla, una regla de tres simple, una suma, una resta. Un residuo de la vida de alguien más. Sí, es una división con residuo, una división que nunca o casi nunca dará exacta. Se echa agua y se refriega los ojos. Se vuelve a ver. De nuevo el cabello es cabello y no serpientes, sin embargo ahí sigue el hombrecillo, ahora está penetrando a una mujer por el ano. Él se acerca más al espejo, quiere ver bien. La escena trascurre en un tren. El bamboleo de la marcha no interrumpe el ritmo frenético del coito contra natura. Hay unas voces en el vagón contiguo, y unos hombres que también observan, son ellos quienes hablan. El hombrecillo no les presta atención, la mujer tampoco, ella grita y gime, el hombrecillo saca y mete su pene descomunal con rabia, casi. Ahora se asoman unas mujeres también. Todos miran, hablan casi entre dientes entre ellos pero no dejan de mirar. Él, pretérito, sigue observándolo todo a través de sus ojos, en el espejo. Al fin el hombrecillo da un grito y acaba, la mujer grita también. Están empapados en sudor y él saca su miembro que gotea un mezclote extraño de semen, sangre y mierda. Los observadores no se retiran, casi parecen excitados, no dejan de hablar y de mirar. El hombrecillo da una bofetada a la mujer y luego le da un beso. Comienzan a charlar y los mirones se retiran de dos en dos. Eran demasiados, es incomprensible cómo eran tantos cuando la ventana era más bien pequeña, pero todos observaron sin estorbarse. De nuevo pretérito se echa agua en el rostro, ahora varias veces, está cansado. Siente ganas de orinar y se acerca a la letrina. Se horroriza con lo que ve cuando toma su pene entre las manos, siente ese olor.

Decide apagar la luz y la mujer a su lado se vuelve de humo nuevamente. Aún siente miedo, aún oye la corneta del maldito carro que lo despertó para meterlo en ese sueño extraño donde no hacía sino caer dentro de sí mismo. Un hombre no cae sino es dentro de sí. No existen otras caídas. Ahora, como es debido, volverá a caer en el sueño profundo hasta las nueve de la mañana.

jueves, 2 de agosto de 2007

Causas y azares



Afuera hacía un sol como en meses no había visto la ciudad. Un sol dominical, diría el abuelo. T se asomó a la ventana de la habitación como pudo. Apretó los ojos por la incandescencia. Mes y medio en el hospital, sedantes, analgésicos y demás medicinas y operaciones le habían dado una pesadez extraña en el cuerpo. Aún le dolía el abdomen. Las puñaladas recibidas le hirieron más que el cuerpo, le hirieron el orgullo. Por eso, meses después, ya totalmente restablecido de salud, fue a visitar a M, la vecina fea de Pretérito, que le saciaba la sed de piel ocasionalmente. Por eso se la tiró en la sala, con las cortinas abiertas para que quien quisiera ver, viera. Especialmente nuestro protagonista, claro. Lo que no sabía T era que Pretérito estaba embebido en una marejada de pensamientos y disertaciones acerca de si debía o no irse a Beirut con la joven del perfil y el cuello de estatua helénica.

Sostenía en su mano una foto de Isabella, que era su nombre, y la tomaba como quien tiene entre las manos un relicario sagrado, un objeto cuyo valor es tremendamente superior a lo estimado por el más experto conocedor de reliquias. Lo sostenía y admiraba la perfección de los trazos, las líneas, las sombras y la luz que daban a ese rostro la altivez y la inocencia de una virgen atea. Se preguntaba si sería cierto que la vida daría las vueltas necesarias para juntarlos una vez al menos. Y temía que sólo los juntara una vez y no más. Temía ser tomado de la mano, ser bebido por esos labios que ahora veía como de mármol, tan vivos y tan fríos, tan distantes, lejanos, imposibles, y que sin embargo se le aparecían en sueños, en recuerdos, en divagaciones y alucinaciones, como una droga potente que toma su mente y se adueña de sus sentidos, alterándole la realidad. La realidad era que T, en ese preciso momento, estaba tirándose a su amiga, la única posesión carnal que tenía por esos días. Era una puñalada que no sabía, no tenía conciencia para más nada fuera de aquélla foto y las cartas de Isabella, que estaba recibiendo.

El sol de aquella mañana, meses antes, le alegró el día a Pretérito, acababa de salir de la oficina postal, de recibir un sobre remitido desde Beirut. Estaba pletórico de emoción, ella, Isabella, le había enviado una foto con una dedicatoria. «Te envío este rostro que es mío y es tuyo, esperando lo guardes en ese lugar escondido que eres. Con Amor, I» La foto que sostendría en sus manos la tarde en que sonaba el teléfono mientras T fornicaba con M, debajo de sus narices. Pretérito no podía si quiera prever, al momento de recibir el sobre, que bajo ese mismo sol ardiente T planeaba paso a paso su venganza, la manera de ultrajar su vida, no podía saber que en T hervían las tripas que le quedaban con el ansia de las puñaladas por dar.

lunes, 23 de julio de 2007

Una carta para la guerra


Escuchaba canciones viejas, de cuando era "joven", y se le ponía la piel del alma de gallina, como dice J. Recordó aquél viaje al Mediterráneo, y el amor de esa joven morena. Allá lo dejó, en el Líbano, entre los dátiles y los mercaderes. La recordaba alta, muy hermosa, con unos labios que decían menos de lo que él hubiera querido saber, pero con unos ojos claros que la delataban siempre. Eran las cinco y media de la tarde y leyó una carta que le prometía volver alguna vez. Eran luego las siete de la noche y lloró escuchando una Balada de Otoño. Eran antes las diez de la mañana cuando pensó en aquél encuentro frustado. Era mucho antes cuando la conoció y se enamoró de ella en silencio. Fue mucho después cuando se vieron. Ya antes, unos meses, tal vez, le había escrito diciéndole que le esperaba en algún punto de la vida en el que, seguro era, se verían de nuevo y podrían darle vida a su historia de amores y encuentros frustrados. La carta le resultó, en aquél momento y mucho después también, como un oráculo, la elipsis de tiempo que ella dibujaba con sus promesas parecía un juego literario irreal, y a él le asustaba mucho que fuese falso, sólo un artilugio de escritores, pero le atraía, al mismo tiempo, ese miedo, y ella, claro está.



Para cuando dejó de oír esa música que lo remontaba a un tiempo feliz, se sentía más tranquilo, sin embargo la paz le duraría poco. Al cerrar la ventana se percató de que T estaba entrando a la casa de su vecina, esa joven más bien fea que le calmaba las ansias de vez en cuando. Pretérito se debatía entre ir y confrontar a T o hacerse de la vista ciega y acabar de beberse la botella que recién había abierto. Sonó el teléfono y nuestro protagonista lo miró vagamente pensando en Beirut.

domingo, 22 de julio de 2007

El taxi

Iba cayendo, trataba de fijar la vista en cualquier punto pero no podía, las vueltas y la rápidez con que todo sucedía no lo dejaban sino pensar en Berlín, la cena, las compras, la Tía Julia, aquélla mujer de la juventud, la prima lejana de su amigo, las verduras, el rayado de las calles, las tardes de lluvia, las aceras anchas, la grama del estadio, los amigos en el bar, la madre batiendo el pañuelo en el terminal -que rídicula esa imagen-, aquella nota de marihuana fumada a través de una manzana, el sabor de boca después de una borrachera, los aviones a control remoto, los juegos de escondidas en la infancia, el día de su primera comunión y la catequista de la que estaba enamorado en silencio, los perros que son paseados en el parque, la llovizna, el teleférico, los ronquidos de su primo durante aquél viaje en autobus, la ternura del primer amor y las lluvias en el campo del abuelo, las clases de filosofía con el famoso doctor, las leyes, las deudas, la noche en la que pensó besar a aquél muchacho, los amigos que perdió, la vida que duele, el desamor que duele más, y las muelas, que duelen aún más...

Esa mañana había despertado con la extraña sensación de que todo aquéllo no era "solo" un sueño. Se había escapado de casa para irse a la fiesta, tomó un taxi pero antes había visto a una joven muy hermosa que tomaba otro taxi manejado por un señor muy feo con cara de sádico, al doblar la esquina vió que ese taxi llevaba uan puerta trasera abierta, la muchacha no debió verlo, entonces Pretérito supo que la pobre sería violada, más adelante el carro se detendría y se montarían dos hombres que, junto al conductor, harían vivir un infierno de lodo y mierda a la bella inocente que ya no sería la misma nunca más. El taxista que conducía el carro en el que se subió Pretérito era extremadamente gordo, era imposible que siendo tan obeso cupiera frente al volante, sudaba mucho pero no le costaba hablar. Él se subió, dijo la dirección y a los pocos minutos, justo en la curva más peligrosa, esa a la que tanto le temía nuestro protagonista, el gordo se distrajo y le pasó por encima a la barda. El carro rodó cuesta abajo rápidamente, Pretérito se asustó muchísimo pero el chofer estaba tan tranquilo que casi parecía que lo tuviera planeado desde antes, o que ya lo había hecho muchas veces, eso, de desbarrancarse. Sólo dijo, coño... Sin embargo nunca perdió el control, seguía manejando ladera abajo como en la mejor de las autopistas. Pretérito se asustaba más y más y el gordo sólo le decía, tranquilo hombre, respira profundo y no te desesperes, controla esfínteres. ¿Controla esfínteres? ¿pero qué carajos quería decir aquéllo? Al final, el carro volcó, dio siete infinitas vueltas mientras Pretérito sólo pensaba en cosas sin importancia, o con demasiada importancia, tal vez, pero sin coherencia, en situaciones límites, uno no controla la mente, sólo existe en ese momento la animalidad y los instintos más elementales.

viernes, 20 de julio de 2007

El lío

¿Y si por mala suerte al día siguiente T y Pretérito se encuentran?. Eso sería, definitivamente, terrible. Pretérito, por su carácter, no buscaría pelea, pero el otro, Ja, ese sí que era un revoltoso. La tía F le había dicho a un vecino, a propósito de la ida de B, que eso era mejor así, porque sino iban a terminar matándose esos dos. Yo, honestamente, no le encuentro mucho sentido a esto. ¿Qué?. Yo no sé, yo venía andando, distraído en las vitrinas cuando me tropezó y casi caigo al suelo. El señor verdulero me miró así, como suele decirse en los grandes libros, de soslayo y yo no pude evitar reírmele en su cara. Es que, sabes, era una situación absurda. Dos tipos abrazados detrás de unos estantes. ¿Que pensaría Pretérito de ver algo así? En última instancia lo que se puede decir de todo esto, es que T no aparecerá por estos lares, pues está de viaje, o algo así.

La calle solitaria, las tres de la madrugada, el piso humedo por la lluvia de hacía un par de horas, las luces amarillentas de los postes y los semáforos intermitentes, indicando que a esa hora no existen leyes ni normas, como diciendo «pase a su propio riesgo». En la esquina de la Farmacia estaba T, arrodillado y con las dos manos sobre el abdómen, ensangrentadas, sosteniéndose las tripas y mirando una botella de licor rota por la mitad, que estaba junto a él. En ese momento pensaba en... no lo sé, no sé en que pensaba.

martes, 17 de julio de 2007

Recordando

Todas las tardes su padre lo sentaba a ver televisión, las comiquitas. Él, el padre, se encerraba en su cuarto a mirar revistas de adultos y a quererse a solas. Él, Pretérito, se quedaba todo el rato ahí, como idiotizado por los colores, que no los veía pues el televisor era a blanco y negro, pero al pequeño Pretérito le gustaba imaginarse qué colores tendrían aquéllas imágenes.

Ya de adulto, conservaba la costumbre de repintar la cosas, al menos en su mente, de redibujarlas, reinventarlas, incluso. Esto, claro, le representaba un problema social. No le era muy fácil acomodarse como el resto de las personas, entre las costumbres normales. Claro, también es cierto que le quedó la costumbre exótica y pueril de quererse él sólo, encerrado en su cuarto y mirando vivazmente revistas groseras. Al terminar se sentía feliz, imaginandose a su madre reprendiéndole por lo hecho.

Era de noche cuando más gustaba de repintar las cosas, hasta el color de su semen. También seguía viendo comiquitas viejas, en blanco y negro. Hasta que le agarraba el sueño y se quedaba mirando el techo onírico que comenzaba a dibujarse en su mente.

lunes, 16 de julio de 2007

Siempre es Sábado cuando se olvida


Cuando se olvida parece que se sucede en uno algo similar a un estallido, similar a una mañana de resaca. Esto es falso, pensaba Pretérito, cuando uno olvida a alguien o alguna experiencia agradable o desagradable, no pasa nada, sólo se muere algún lugar del cerebro. Sólo algún recuerdo se quema entre tantos otros recuerdos que ni siquiera sabíamos que estaban allí guardados, así que... En verdad qué demonios importa olvidar a alguien, o que nos olviden si a fin de cuentas quién es uno para merecerse el recuerdo de alguien.

Los días Sábados son así, no sé, como de relleno, otros dirán que los Domingos SON los de rellenos, que no los Sábados. Pretérito decía que es el Sábado por ser el preludio del Domingo. Por estar primero y no ser tan grande que abarque hasta el Lunes sino que, triste como es, se acabe al día siguiente. En realidad cualquier día es así, simple y pequeño, tanto que dura sólo un día y, de paso, debe esperar una semana para poder vivir nuevamente, con la buena fortuna de ser distinto, la mayoría de las veces, del anterior, y seguro es, casi, que será distinto también del siguiente. Los humanos, en cambio, somos iguales todos, de uno a otro la misma porquería o la misma belleza, según sea el caso. Por eso es tan fácil olvidarse de alguien, que es como olvidarse de un día, por eso siempre es Sábado cuando se olvida, o Lunes, o Jueves.

Fue en ese momento cuando se miró al espejo de la sala, notó que tenía la camisa mal abrochada y se rió consigo mismo. Los Miércoles son tan inútiles, dijo. Se arregló y salió rumbo al Mercado pensando en ella.

miércoles, 11 de julio de 2007

Cinceladas


A veces los heridos de bala no derraman mucha sangre, a veces sólo lloran como absurdos soldados que henchían sus orgullos ante la bandera que bailaba al son del viento, siempre apátrida y políglota. A veces las heridas se secan unas encima de las otras y las llagas cicatrizan y las ronchas se caen como las costras de pintura de la vieja casa materna: capa sobre capa, sin distingo de tiempo ni de sentimentalismos. Entonces, caí, pero levanté rápido la proa y seguí adelante, aunque la línea delgada del ponto y la arena oxidada de la playa no dijera mucho acerca de lo por venir.

Al día siguiente, muy temprano, ardió el sol, no cantó ningún ave porque la ciudad se las devoró a todas, y las últimas fueron devoradas por el hambre de las calles, los indigentes y sus cosas. Pantalón puesto, herida sanada, y seguir adelante como el que es tan absurdo que no sabe sino seguir y seguir. Qué humano soy, qué pena.