martes, 22 de abril de 2008

Esnucatum est.

Le quería arrancar los pezones. Le quería morder tan duro que le hiciera daño. La estaba amando con rabia. Es que también se ama con rabia. Y se ama con indiferencia y con paz (eso dicen) y se ama, sobre todo, con fuerza. Con fuerza del puño, no del sentimiento aunque, claro, también con esto.

Pretérito la tomaba de la cintura que se le asía a la palma de la mano como una cosa que le pertenecía, y embestía contra ella con desafuero. Entonces hizo ese gesto amatorio que rara vez hacía. La destajó.

Se levantó de la cama de buen humor luego de aquel buen amor. Se cepilló el cabello. Se vistió. Pagó al salir, como siempre.

Antes, al volante, se sentía timado por la vida. Ese reguero de sangre y tripas y mierda de su amigo, la otra noche, lo traía de malas. Todo por la complicación de tirarse a la misma mujer. Todo porque el imbécil no pudo quedarse tranquilo, no, él tuvo que enamorarse ridículamente.

martes, 1 de abril de 2008

Réquiem de un adios sin adios...


Ahora podía hacer una promesa, después de haber vivido algo como aquéllo.

La distancia y la soledad son directamente proporcionales a la cantidad de lágrimas derramadas en las noches. De día es otra cosa. La angustia y la depresión se dejan maniatar firmando papeles al reverso de como se hizo aquél ventitrés, entre falsos gitanos.

Abril es Abril. En Abril fue el mar, dice Mestisay. En Abril fue el veneno, digo yo. Y en Diciembre la mierda. Y en Enero el desahucio. En Marzo el encono y la agudeza de la mirada sin alma. Ya no te amo. Bueno, digo yo, si es que me hace el favor de pasarme la soga. Un lindo nudo en el cuello y una banqueta que alguien tenga la gentileza de empujar, gracias.

Las promesas se caen y se me antojan equívocas. Te deseo. Te amo. Ojalá no sea muy tarde cuando la luz alumbre el sendero nuevamente. Todas las cartas están sobre la mesa por ti. Ya sin lágrimas, sólo con la tristeza metido entre los huesos y la carne, anidada entre las venas, será el designio de un error, un equívoco o la bendición de amar.

La inocencia es cosa de libros. La credulidad y la fantasía también. Yo, al parecer, vivo entre las lineas de un libro inacabado, eternamente inacabado, como el ser humano, siempre haciéndose y rehaciéndose.