viernes, 29 de febrero de 2008

Once



La última gota de sangre sobre la pared tenía forma de lágrima.

¿Lloraba, acaso, por el orgasmo obtenido a la fuerza?

En todo caso, la sangre esparcida en la pared muy blanca daba la impresión de un abuso moral, de una caricia demoníaca dada con rabia, con amor y, tal vez, con saña. De cualquier modo, el día estaba por llegar, la ropa tirada por la habitación debía volver a los cuerpos y el horario de oficina seguir su curso normal. El orgasmo, el placer del cuerpo quedaría, pues, como una anecdota que pronto se olvidaría. ¿O no?

jueves, 14 de febrero de 2008

Sin un ápice de disfraz, cero carnavales

Luego de hacer el amor, tendidos los cuerpos, sudado el sentimiento, le preguntó cosas propias del momento. Ella le respondió. Él se preguntó en su mente, mirándola, ¿Será que lo que me dices es en verdad transcripción literal de tus pensamientos? ¿Será que me ocultas cosas, suprimes, censuras pensamientos que sabrás me harán daño? Toda mujer en el fondo, aun luego del acto amatorio, es una madre, siempre protegiendo, siempre velando, siempre cuidando del amor del niño que yace junto a ella.

Toda relación sentimental o sexual es en verdad una transliteración, una puesta en escena, una Edípica Electra realización del pensamiento Freudiano. Siempre vejando, siempre mintiendo, además. Siempre omitiendo los detalles escabrosos. Las mentes, los corazones y por último las bocas de quienes aman son, la verdad sea dicha, censores ministeriales, la hidra del cuento, el arriesgado transgresor que se omite a sí mismo en aras del bien común. La mentira y la putería, el pecado mismo obra de ese modo, con maléfica benevolencia, se dijo.

martes, 5 de febrero de 2008

Más de lo mismo

Llegando al callejón, una vez dejada las huellas en el vidrio del carro, habiendo intentado abrirlo sin la llave, se dijo para sí, que mierda.

En el portaretrato de la sala estaba aún la foto sepia de la mujer aquélla. Él se sentó en el sillón frente a la mesa donde estaba la imagen pérfida del amor de juventud. Encendió un cigarrillo, le dio varias chupadas antes de decirse, que mierda.

En el mercado, frente a su puesto de mercancía inútil, estaba una mujer morena hermosísima, con su marido. El hombre parecía un patán, no, peor, un pelele. Un patiquín, un mangas meadas, como decía mi padre. Un desgraciado que tenía a ese hembrón para sí, y no era Pretérito, era otro, por eso era un gusano, un roedor, una cucaracha sin gracia. En su puesto vendían comida rápida, es decir, comida hecha ya. Pretérito, luego de meses de mirar y mirar a la mujer y su marido, de pronto sintió que conocía a ese tipejo sin alma de antes. Luego de meses sentía una familiridad que le resultaba repugnante. Sólo pensó, coño, que mierda.

Se sentó en el inodoro, al rato se levantó y pensó, Coño, qué mierda!