lunes, 23 de julio de 2007

Una carta para la guerra


Escuchaba canciones viejas, de cuando era "joven", y se le ponía la piel del alma de gallina, como dice J. Recordó aquél viaje al Mediterráneo, y el amor de esa joven morena. Allá lo dejó, en el Líbano, entre los dátiles y los mercaderes. La recordaba alta, muy hermosa, con unos labios que decían menos de lo que él hubiera querido saber, pero con unos ojos claros que la delataban siempre. Eran las cinco y media de la tarde y leyó una carta que le prometía volver alguna vez. Eran luego las siete de la noche y lloró escuchando una Balada de Otoño. Eran antes las diez de la mañana cuando pensó en aquél encuentro frustado. Era mucho antes cuando la conoció y se enamoró de ella en silencio. Fue mucho después cuando se vieron. Ya antes, unos meses, tal vez, le había escrito diciéndole que le esperaba en algún punto de la vida en el que, seguro era, se verían de nuevo y podrían darle vida a su historia de amores y encuentros frustrados. La carta le resultó, en aquél momento y mucho después también, como un oráculo, la elipsis de tiempo que ella dibujaba con sus promesas parecía un juego literario irreal, y a él le asustaba mucho que fuese falso, sólo un artilugio de escritores, pero le atraía, al mismo tiempo, ese miedo, y ella, claro está.



Para cuando dejó de oír esa música que lo remontaba a un tiempo feliz, se sentía más tranquilo, sin embargo la paz le duraría poco. Al cerrar la ventana se percató de que T estaba entrando a la casa de su vecina, esa joven más bien fea que le calmaba las ansias de vez en cuando. Pretérito se debatía entre ir y confrontar a T o hacerse de la vista ciega y acabar de beberse la botella que recién había abierto. Sonó el teléfono y nuestro protagonista lo miró vagamente pensando en Beirut.

domingo, 22 de julio de 2007

El taxi

Iba cayendo, trataba de fijar la vista en cualquier punto pero no podía, las vueltas y la rápidez con que todo sucedía no lo dejaban sino pensar en Berlín, la cena, las compras, la Tía Julia, aquélla mujer de la juventud, la prima lejana de su amigo, las verduras, el rayado de las calles, las tardes de lluvia, las aceras anchas, la grama del estadio, los amigos en el bar, la madre batiendo el pañuelo en el terminal -que rídicula esa imagen-, aquella nota de marihuana fumada a través de una manzana, el sabor de boca después de una borrachera, los aviones a control remoto, los juegos de escondidas en la infancia, el día de su primera comunión y la catequista de la que estaba enamorado en silencio, los perros que son paseados en el parque, la llovizna, el teleférico, los ronquidos de su primo durante aquél viaje en autobus, la ternura del primer amor y las lluvias en el campo del abuelo, las clases de filosofía con el famoso doctor, las leyes, las deudas, la noche en la que pensó besar a aquél muchacho, los amigos que perdió, la vida que duele, el desamor que duele más, y las muelas, que duelen aún más...

Esa mañana había despertado con la extraña sensación de que todo aquéllo no era "solo" un sueño. Se había escapado de casa para irse a la fiesta, tomó un taxi pero antes había visto a una joven muy hermosa que tomaba otro taxi manejado por un señor muy feo con cara de sádico, al doblar la esquina vió que ese taxi llevaba uan puerta trasera abierta, la muchacha no debió verlo, entonces Pretérito supo que la pobre sería violada, más adelante el carro se detendría y se montarían dos hombres que, junto al conductor, harían vivir un infierno de lodo y mierda a la bella inocente que ya no sería la misma nunca más. El taxista que conducía el carro en el que se subió Pretérito era extremadamente gordo, era imposible que siendo tan obeso cupiera frente al volante, sudaba mucho pero no le costaba hablar. Él se subió, dijo la dirección y a los pocos minutos, justo en la curva más peligrosa, esa a la que tanto le temía nuestro protagonista, el gordo se distrajo y le pasó por encima a la barda. El carro rodó cuesta abajo rápidamente, Pretérito se asustó muchísimo pero el chofer estaba tan tranquilo que casi parecía que lo tuviera planeado desde antes, o que ya lo había hecho muchas veces, eso, de desbarrancarse. Sólo dijo, coño... Sin embargo nunca perdió el control, seguía manejando ladera abajo como en la mejor de las autopistas. Pretérito se asustaba más y más y el gordo sólo le decía, tranquilo hombre, respira profundo y no te desesperes, controla esfínteres. ¿Controla esfínteres? ¿pero qué carajos quería decir aquéllo? Al final, el carro volcó, dio siete infinitas vueltas mientras Pretérito sólo pensaba en cosas sin importancia, o con demasiada importancia, tal vez, pero sin coherencia, en situaciones límites, uno no controla la mente, sólo existe en ese momento la animalidad y los instintos más elementales.

viernes, 20 de julio de 2007

El lío

¿Y si por mala suerte al día siguiente T y Pretérito se encuentran?. Eso sería, definitivamente, terrible. Pretérito, por su carácter, no buscaría pelea, pero el otro, Ja, ese sí que era un revoltoso. La tía F le había dicho a un vecino, a propósito de la ida de B, que eso era mejor así, porque sino iban a terminar matándose esos dos. Yo, honestamente, no le encuentro mucho sentido a esto. ¿Qué?. Yo no sé, yo venía andando, distraído en las vitrinas cuando me tropezó y casi caigo al suelo. El señor verdulero me miró así, como suele decirse en los grandes libros, de soslayo y yo no pude evitar reírmele en su cara. Es que, sabes, era una situación absurda. Dos tipos abrazados detrás de unos estantes. ¿Que pensaría Pretérito de ver algo así? En última instancia lo que se puede decir de todo esto, es que T no aparecerá por estos lares, pues está de viaje, o algo así.

La calle solitaria, las tres de la madrugada, el piso humedo por la lluvia de hacía un par de horas, las luces amarillentas de los postes y los semáforos intermitentes, indicando que a esa hora no existen leyes ni normas, como diciendo «pase a su propio riesgo». En la esquina de la Farmacia estaba T, arrodillado y con las dos manos sobre el abdómen, ensangrentadas, sosteniéndose las tripas y mirando una botella de licor rota por la mitad, que estaba junto a él. En ese momento pensaba en... no lo sé, no sé en que pensaba.

martes, 17 de julio de 2007

Recordando

Todas las tardes su padre lo sentaba a ver televisión, las comiquitas. Él, el padre, se encerraba en su cuarto a mirar revistas de adultos y a quererse a solas. Él, Pretérito, se quedaba todo el rato ahí, como idiotizado por los colores, que no los veía pues el televisor era a blanco y negro, pero al pequeño Pretérito le gustaba imaginarse qué colores tendrían aquéllas imágenes.

Ya de adulto, conservaba la costumbre de repintar la cosas, al menos en su mente, de redibujarlas, reinventarlas, incluso. Esto, claro, le representaba un problema social. No le era muy fácil acomodarse como el resto de las personas, entre las costumbres normales. Claro, también es cierto que le quedó la costumbre exótica y pueril de quererse él sólo, encerrado en su cuarto y mirando vivazmente revistas groseras. Al terminar se sentía feliz, imaginandose a su madre reprendiéndole por lo hecho.

Era de noche cuando más gustaba de repintar las cosas, hasta el color de su semen. También seguía viendo comiquitas viejas, en blanco y negro. Hasta que le agarraba el sueño y se quedaba mirando el techo onírico que comenzaba a dibujarse en su mente.

lunes, 16 de julio de 2007

Siempre es Sábado cuando se olvida


Cuando se olvida parece que se sucede en uno algo similar a un estallido, similar a una mañana de resaca. Esto es falso, pensaba Pretérito, cuando uno olvida a alguien o alguna experiencia agradable o desagradable, no pasa nada, sólo se muere algún lugar del cerebro. Sólo algún recuerdo se quema entre tantos otros recuerdos que ni siquiera sabíamos que estaban allí guardados, así que... En verdad qué demonios importa olvidar a alguien, o que nos olviden si a fin de cuentas quién es uno para merecerse el recuerdo de alguien.

Los días Sábados son así, no sé, como de relleno, otros dirán que los Domingos SON los de rellenos, que no los Sábados. Pretérito decía que es el Sábado por ser el preludio del Domingo. Por estar primero y no ser tan grande que abarque hasta el Lunes sino que, triste como es, se acabe al día siguiente. En realidad cualquier día es así, simple y pequeño, tanto que dura sólo un día y, de paso, debe esperar una semana para poder vivir nuevamente, con la buena fortuna de ser distinto, la mayoría de las veces, del anterior, y seguro es, casi, que será distinto también del siguiente. Los humanos, en cambio, somos iguales todos, de uno a otro la misma porquería o la misma belleza, según sea el caso. Por eso es tan fácil olvidarse de alguien, que es como olvidarse de un día, por eso siempre es Sábado cuando se olvida, o Lunes, o Jueves.

Fue en ese momento cuando se miró al espejo de la sala, notó que tenía la camisa mal abrochada y se rió consigo mismo. Los Miércoles son tan inútiles, dijo. Se arregló y salió rumbo al Mercado pensando en ella.

miércoles, 11 de julio de 2007

Cinceladas


A veces los heridos de bala no derraman mucha sangre, a veces sólo lloran como absurdos soldados que henchían sus orgullos ante la bandera que bailaba al son del viento, siempre apátrida y políglota. A veces las heridas se secan unas encima de las otras y las llagas cicatrizan y las ronchas se caen como las costras de pintura de la vieja casa materna: capa sobre capa, sin distingo de tiempo ni de sentimentalismos. Entonces, caí, pero levanté rápido la proa y seguí adelante, aunque la línea delgada del ponto y la arena oxidada de la playa no dijera mucho acerca de lo por venir.

Al día siguiente, muy temprano, ardió el sol, no cantó ningún ave porque la ciudad se las devoró a todas, y las últimas fueron devoradas por el hambre de las calles, los indigentes y sus cosas. Pantalón puesto, herida sanada, y seguir adelante como el que es tan absurdo que no sabe sino seguir y seguir. Qué humano soy, qué pena.