miércoles, 21 de mayo de 2008

metalengua


Una llaguita y un escozor. Unas gotas resecas de sangre. Blood. El inglés manifiesta mejor ciertas miserias humanas. Parece un idioma de dolor, lleno de dolor. Hecho, eso es, para el dolor. Painfull. Hay algunas quejas que se expresan mejor en inglés. Así como hay cosas de gente bien, que parecieran hechas para el francés. O maldiciones que parecieran pensadas para el romaní. Ta chi tua. Fuerza. Fuerza dramática, se dirá.

Un escozor, decía, y la sangre seca. Una costra. Una maldición y unas montañas lejanas. Un sur por norte y un norte que se oxida día a día. Una excusa para amar, un idioma. Por cierto, nada mejor que el idioma natural, el animal, para el amor. Al menos el amor físico. Para odiar, no sé, nada mejor que un cierto lenguaje primigenio, olvidado a priori, pero que se recuerda. Es un morderse los labios, un entre dientes. Un El coñísimo e' tu madre, maldito. Así, el español también pareciera un idioma apto, por así decirlo, para el odio. Para odiar.

La concha de la costra se me queda en la mano. Tanto da la uña en la herida hasta que la abre de nuevo. Así se vive mejor, con la herida siempreviva, aunque hayan procesos químicos naturales que siempre pretendan sanarlo a uno. El lenguaje del cuerpo es así, arbitrario, enferma cuando quiere y no cuando uno espera una excusa para no asistir al trabajo. Se recupera cuando puede y no cuando uno ordena. A veces, de hecho, se despierta cuando uno lo que quiere es el sueño, lo prefiere. Otras veces se mueve cuando se anhela la quietud, el estancamiento. Ley de vida, dirán los New Age. Maldita Babilonia, digo yo, que nos separó a todos, hasta al cuerpo del alma.