
Un hombre mutilado, una tuerta, un mendigo en harapos y una señora negra como los pensamientos de Sade. Una limosnita, un gargajo y un escape. Mientras caía no pensaba en nada, era como la muerte de un hombre que lo ha tenido todo, que nada lamenta. Luego, en el suelo, lamenta no haber muerto. Así es el «ser» humano, siempre costándole trabajo «ser», precisamente, humano. Siempre intranquilo, siempre dicotómico, siempre bueno y excelso y malo y depravado. Conviviendo con el cielo y el infierno en el pecho.
Siempre se es violento a la hora de amar. En todo acto amoroso hay además, implícito, un golpe, un maltrato, un malhecho. Mientras el hombre penetra a la mujer, o otro hombre, o animal o cosa, no importa, está transgrediendo los límites corpóreos, la frontera de ese «otro». Y siempre cuando se ama existe también un gesto de esclavitud, una dulce sumisión, una tortuosa entrega, un sometimiento. Siempre, como se ve, el amor es vejatorio, insultante, y divino.
La cabeza se llena de cosas, y el corazón también. En el camino del descenso pareciera que se vacía pecho y mente y se quedan sólo las cosas importantes. Las mismas cosas que no lamentas. Las mismas cosas que no lamentas mientras caes, pero que una vez tocado el suelo, lamentas. Humano, pequeño, inverosímil, ridículo y efímero. El perdón no existe, tampoco el odio, ni el amor, tal vez. Existe el ser. Mientras caía y ya luego, en el suelo con las manos ensangrentadas, estaba siendo. Al caer estaba siendo pluma, sin más, así de simple y así de complejo. Una vez caído, estaba siendo un cúmulo de cosas nuevas, no vistas, no sospechadas, siquiera.
En lo único otro que podía pensar sin lamentar era en el ardor que le provocaba ella. Tanto que se vieron sin verse, y ahora estaban así, en el paralelismo de dos líneas cóncavas yuxtapuestas una dentro de la otra. Como el vientre de una lagartija. Con el sentimiento de un buey mientras ara. Estaban vencidos, en el suelo, con sangre en las manos y con paz en el corazón, lamentando haberse lamentado.

Pretérito, qué vas a hacer con tantas puñaladas en el cuerpo, preguntó la voz como desde el fondo. La caída a veces sirve para tomar vuelo nomás. La mente, el alma de Pretérito estaba en alza, aunque su cuerpo estuviera tendido al sol, sus cueros yagados y humillados por las fuerzas y los elementos. Que Sancho ni que Freud ni que Clarisse McClellan. Ni siquiera Baltazar, ni Yssa, el mesías, menos la golfa de mirra. Nada, nadie.
¿Se entiende? La vida mantiene un discurso no lineal, convexo y converso, la línea de tiempo es una elipsis inaudita que apenas se ve luego. Pretérito agoniza, su cuerpo, no él. Sin embargo, cuál es la diferencia. Toda. Ese era el mutilado, el perenne, el indultado y el enfermo.
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