domingo, 22 de julio de 2007

El taxi

Iba cayendo, trataba de fijar la vista en cualquier punto pero no podía, las vueltas y la rápidez con que todo sucedía no lo dejaban sino pensar en Berlín, la cena, las compras, la Tía Julia, aquélla mujer de la juventud, la prima lejana de su amigo, las verduras, el rayado de las calles, las tardes de lluvia, las aceras anchas, la grama del estadio, los amigos en el bar, la madre batiendo el pañuelo en el terminal -que rídicula esa imagen-, aquella nota de marihuana fumada a través de una manzana, el sabor de boca después de una borrachera, los aviones a control remoto, los juegos de escondidas en la infancia, el día de su primera comunión y la catequista de la que estaba enamorado en silencio, los perros que son paseados en el parque, la llovizna, el teleférico, los ronquidos de su primo durante aquél viaje en autobus, la ternura del primer amor y las lluvias en el campo del abuelo, las clases de filosofía con el famoso doctor, las leyes, las deudas, la noche en la que pensó besar a aquél muchacho, los amigos que perdió, la vida que duele, el desamor que duele más, y las muelas, que duelen aún más...

Esa mañana había despertado con la extraña sensación de que todo aquéllo no era "solo" un sueño. Se había escapado de casa para irse a la fiesta, tomó un taxi pero antes había visto a una joven muy hermosa que tomaba otro taxi manejado por un señor muy feo con cara de sádico, al doblar la esquina vió que ese taxi llevaba uan puerta trasera abierta, la muchacha no debió verlo, entonces Pretérito supo que la pobre sería violada, más adelante el carro se detendría y se montarían dos hombres que, junto al conductor, harían vivir un infierno de lodo y mierda a la bella inocente que ya no sería la misma nunca más. El taxista que conducía el carro en el que se subió Pretérito era extremadamente gordo, era imposible que siendo tan obeso cupiera frente al volante, sudaba mucho pero no le costaba hablar. Él se subió, dijo la dirección y a los pocos minutos, justo en la curva más peligrosa, esa a la que tanto le temía nuestro protagonista, el gordo se distrajo y le pasó por encima a la barda. El carro rodó cuesta abajo rápidamente, Pretérito se asustó muchísimo pero el chofer estaba tan tranquilo que casi parecía que lo tuviera planeado desde antes, o que ya lo había hecho muchas veces, eso, de desbarrancarse. Sólo dijo, coño... Sin embargo nunca perdió el control, seguía manejando ladera abajo como en la mejor de las autopistas. Pretérito se asustaba más y más y el gordo sólo le decía, tranquilo hombre, respira profundo y no te desesperes, controla esfínteres. ¿Controla esfínteres? ¿pero qué carajos quería decir aquéllo? Al final, el carro volcó, dio siete infinitas vueltas mientras Pretérito sólo pensaba en cosas sin importancia, o con demasiada importancia, tal vez, pero sin coherencia, en situaciones límites, uno no controla la mente, sólo existe en ese momento la animalidad y los instintos más elementales.

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