sábado, 8 de diciembre de 2007

De Dios y el infierno

Nunca tuvo la suerte de que le sucediera como aquel hombre del metro.

De joven siempre veía a las personas y contaba cuantas veces hablaban de sí mismas. De adulto, de adulto solía pensar muchas cosas, cosas sordidas, cosas banales, cosas importantes, morbosas, malignas, pecadoras, hermosas, podridas, olorosas, encadenadas, muertas, libres, con flores, con altar, con mochilas, cosas jocosas, risibles y escatológicas, cosas, en fin, de todo tipo. El diablo parecía habitar en él.

Beirut era pues, una promesa prometedora, que prometía no escurrise por entre sus dedos, sin secarse antes de llegar a su boca. Era un horizonte, un mañana, una caricia, una puñalada, una vejación deseada, una humillación publica que se anhelaba, una penetración amorosa, con todo el amor que cabe en el ojo de una aguja sodomita, toda la ternura de una bofetada violadora. Era, Beirut, todo lo que había soñado a su lado. Junto o debajo o sobre ella. No importaba mucho.

1 comentario:

Viandante dijo...

Enigmática y prometedora estaentrda, espero leer más. estupendo que retomes la escritura. se te extrañaba mucho. también yo me aparté de estas aguas por un rato, ahora espero que sigamos leyéndonos y escribiéndos.
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