
Hay dolores duelen más que otros. Hay días, noches, madrugadas en las que uno no puede dormir. A veces uno no duerme pensando y otras veces uno se piensa durmiendo. La noche de anoche fue una de esas veces extrañas en la vida de un ser humano, en las que no puedes dormir por estar pensando, por estar llorando de dolor, y por el dolor propio de la enfermedad. Eso, claro, lo despierta a uno de mal genio, con ganas de suicidar al mundo. Pretérito siguió peleando, discutiendo, llorando, ahogándose en su propia inmundicia.
Claro, hay veces que tanto dolor no nos duele, las endorfinas, ya se sabe, hacen lo suyo. Pero ¿Acaso hay endorfinas sentimentales? Me explico, cuando lo que duele no es el cuerpo sino el alma, el corazón, como suele decirse, ¿El cerebro libera endorfinas también para aliviar ese dolor intangible? Digo, a veces no hace sino dolerle a uno la vida. Tal vez por eso haya tanta gente escéptica hoy día. Tal vez por eso haya quien elija vivir desde la talanquera, desde la barda. Nuestro protagonista estaba en la madrugada pensando estas cosas, llorando, sintiendo, mientras pensaba tratando de dormir. Resultó, al cabo de un rato, que se quedó dormido pensando. O, acaso, pensó que dormía, como a veces uno piensa que vive o como hay gentes que viven dormidas o soñando o que sueñan con vivir. En ese sueño, esa vigilia o ese recoveco extraño del pensamiento, recordó que debía relajar el cuerpo al montarse en la montaña rusa.