lunes, 7 de enero de 2008

Una consulta, una pregunta

¿Cómo sueña un perdido? ¿Cómo se atreve a volar un reptil, una rata, un perro, un desgraciado? ¿Cómo se atreve a ser mejor un irredento, un filisteo? ¿Cómo volverse ángel en el filo de la navaja cuando no se atreve el ser a entrar en una basílica? Pasan los años, los pecados, las ajenas muestras de felicidad y los añonuevos y las promesas que se marchitaron (no, que rebuscado, que se pudrieron, mejor), pasa la vida del trashumante pecador y que le queda sino heridas de guerra. ¿Le quedan ganancias, acaso? Las ganancias de los que nunca ganan, las experiencias, los recuerdos, lo vivido, ¡quién le quita lo bailado, como dicen? Parece beso de bobo, alegría de tísico, pero la verdad es que de la perdición a la eternidad hay solo un paso. Un paso que durante años se ha anhelado. Un paso que se ha evitado dar o que no se ha podido dar. Cinco años enlodado en el mismo hueco de la porquerisa, es decir, de la vida. Sueños y construcciones, planos y planes, días y más días que nunca acabaron o que nunca comenzaron. Días perdidos en la vacuidad de las pieles, como la Venus aquélla. Las montañas y el frío y el humo que sale de los pulmones y la herrumbre y el hollín. Un rapto, un reptil de voz pérfida y salitre en las manos que se ha vuelto santo, aunque no lo sea de su devoción. Un ala rota, un parido del dolor, un partido y un apartado del sendero, un jorobado sin Notre Dame, un Calderón sin La Barca.

Los pecados se lavan en la batea de los sueños. Los vestidos del travestido cuelgan tras la puerta o dentro del último clóset. Los pañuelos de los que se quedan quedan en los ojos de los que se van. Los insultos del ofendido quedan en el aire, en el espacio entre éste y el malvado ofensor; o en la boca y el alma de quien los profiere o en los de quien los recibe -si el primero tiene éxito-. Las heridas y las mortajas como los cueros del cazador los tiende al sol, para que éste los seque, los marchite, los endurezca. Que maravillosa coincidencia esa de que al marchitarse, al secarse el cuero se endurezca. Como la celda del olvido, la vejez, que va endureciendo las almas, y ablandando sus carnes. Contradictoria metáfora que no metaforea nada. La santidad está allí, como la ruina perfecta, al alcance de la mano, tan fácil, tan fácil. Como un beso de iscariote, un disparo de mark chapman, como Alma yéndose con otro y Mahler muriéndose en Holanda con una línea de cocaína para acabar de joderse pero feliz. Así, como un beso soñado. Como enamorarse de una puta y verla fornicar, ser fornicada por una fila de hombres, todos o casi todos con un rostro claramente identificable, para que sea más doloroso el tiro en el pecho. Y la puta que grita y gime y les dice que son lo máximo, que qué rico. Y al siguiente, igual, uy que rico, papi, que rico mi amor, así, así.... y de nuevo el elixir de las pieles bebiéndose a sí mismo. Y uno ahí, con el recalcitrante hedor de pendejo viéndolo todo, sufriéndolo.



Pero luego pasa algo, una puñalada, una montaña nevada o una playa o simplemente un bulevar lleno de voceadores, hampones, policías, mendigos con ojos de vidrio o de madera o de lata porque no les alcanza la fortuna para tenerlo de vidrio, los buhoneros y los timadores eclesiásticos con Cristo en la boca y el Diablo en el alma. Como sea, ocurre algo, algo pequeño, y se encienden los sueños y se busca de nuevo el camino, y el hollín se va dejando atrás como un rastro de sangre en la nieve, a decir del Gabo, sí, el de los McOndos y los Fideles y los millones en el banco, el mismo izquierdista de alcurnia y pedegree. Y luego, luego el silencio y el bullicio de la pasión consumado, la homosexualidad de las almas: el amor.

Ridículo, absurdo, pero el tipo se fue con la puta, y viceversa, la tipa se fue con el puto. De ahí a la horca, el paredón o el cielo de Bariloche, de ahí a esto, dígamelo usted, señor Pretérito, qué hay?, preguntó el hombre sentado en el diván. ¿Qué le dije yo?. Son setenta, págele a la secretaria. Ahora bien, qué decirle a alguien tan molestamente feliz y tan absurdamente entregado. Nada, que se pudra y que se joda el alma construyendo ese muro, a final de cuentas, él paga.

1 comentario:

Grace® dijo...

Bueeeeno, qué relato!. Primero me sumergí en la lectura y llegué a sentir una suerte de borrachera...como si alguien estuviera transmitiendo su beodez en palabras, esto asi, hasta el último párrafo...pobre Pretérito, seguirá pagando para levantar un muro, supongo el mismo muro en el que todos nos detenemos alguna vez.
Saluditos!